Acaricio en tu ausencia las vetas de la madera impregnadas de nuestro placer. La superficie de la mesa es guardiana del goce que presenció y sostuvo, cuando recostada en ella, y tras bendecir tú los alimentos que íbamos a recibir, te brindé las carnes de mi deseo en las que aplacaste tu hambre. Voraces, nos degustamos y devoramos, y consagramos nuestro altar.