El sueño se fue imponiendo después de 36 horas de vigilia.
Mis neuronas decideron cumplir el distanciamiento social que se nos reclama y
empezaron a mal relacionarse entre sí desde la distancia, en silencio,
desconfiadas… Debía detenerme a mitad de cada frase con el fin de encontrar qué
idea había detrás de su nacimiento. Qué quería decir, para qué y cómo lo había
pensado… No había respuesta para esas preguntas al poco de iniciar cada
oración, en apenas tres o cuatro palabras. Sé que algunas frases se alargaron
más de la cuenta, en el tiempo, no por lo mucho que tenía que decir, sino
porque sin darme cuenta cabeceaba en medio. Ni siquiera podía intuir qué me
estabas diciendo, ni recordar tampoco que estábamos hablando, mucho menos sobre
qué.
Había perdido la batalla. El sueño venció.
Horas después, al despertar, comprendí que no era mi
enemigo, sino mi aliado. ¿Cuántas veces lucho contra aquello que viene en mi
ayuda creyendo que sólo quiere apartarme de lo que deseo?